Hay mucho dolor en tener que asumir que a quién amás, te hace mal.
Me acuerdo de alguien con quien salí un tiempo y que, en cierto momento, se fue a vivir conmigo (así de simple eran las cosas en esa época).
Yo lo amaba completamente. El tipo estaba, obvio,
muy rayado. Era, por supuesto, alcohólico y, también,
un celoso enfermo. Una noche
salí.
Le mentí. Dije
que iba con una amiga. Dije
que me quedaba a dormir. Salí
con un amigo, al que no me pensaba
garchar
ni nada. Solo quería charlar un rato,
pero como a él no le gustaba la idea,
le mentí. Así que
me fui en un auto, me tomé
algunos ansiolíticos y atendí
mil llamadas de este pibe diciendo
que me necesitaba, diciendo
que yo era su mujer y debía
estar con él, escuchándolo
romper mis cosas.
Y tuve que llamar a los milicos y hacer que se lo llevaran
y caminar entre los restos
de mis cosas rotas, desparramadas por todos lados. Me fui
y garché con este amigo
porque estaba
tan triste y asustada y sola.
Después de unos días, el volvió
a buscar sus cosas. Había ido
con la madre y yo estaba
con mi futuro novio golpeador.
Fuimos a mi cuarto (su ex
cuarto, también).
Nos sentamos
en la cama
y hablamos.
Y lloramos.
Porque me amaba
y yo lo amaba
(muchísimo)
pero había que
separarse-fin.
Nunca vi tanta tristeza
en los ojos de un hombre
y pocas veces olvidé
tan rápida y completamente
a alguien,
como si nunca hubiera pasado
nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario