Este es el blog deprimente que escribo, jaa

(riéndome del abismo)

lunes, 25 de febrero de 2019

Amores Perros

A mis ex hijos de puta, a los que me violentaron, a los que, a su vez, yo manipulé, desprecié y cuyo corazoncito podrido desgrané.

A aquellos que intenté querer a pesar de todo, tolerando todo, evitando enojarme aún en las situaciones más indignantes.

A esos que justificaron sus actos o que, directamente, nunca se hicieron cargo.

No les guardo rencor.

No espero que nadie los odie o que se queden solos (aunque dudo que tan buena compañía puedan ser), pero tampoco podría ser amiga de aquellos que son sus amigos, ni seguir confiando en quienes siendo mis amigos, les ofrecieron amistad a ellos a sabiendas de las cosas que me hicieron.


El brasilero que me aisló de mi entorno, me cagó a palos, me violó, se quedó con mis cosas y me dejó en una paranoia constante hacia todos, ya no me asusta ni me enoja. Forma parte de un antes y un después en mi vida. Pertenece a la historia de vida de una persona que no es la misma de ahora.

Después, vino Nico, guitarrista de El sepulcro punk,  que me tuvo todo un día encerrada en el salón Pueyrredón, gritándome, golpeándo cosas e insultándome y que sólo me dejó ir con la condición de dejarle mi valija y la guitarra. Aún recuerdo cuando estábamos juntos y me agarraba la mano; la forma en que me calentaba como nadie en mucho tiempo. Siempre intentaba hacerme sentir menos, manipularme, chantajearme emocionalmente y hacerme sentir una loca y yo, por ende, hacía lo mismo. Las ganas de verlo eran tan fuertes como el rechazo que me generaba la forma en que me trataba a veces. Sacaba lo peor de mí. Fue difícil dejarlo. Agradezco a mi falta de constancia emocional.

El otro, que parecía disfrutar cuando me veía sufrir. Nunca me pegó, nunca me insultó ni me gritó, pero fue el que más daño me hizo de estos últimos tres. Aunque le suplicara que me dejara tranquila, seguía con reproches y tergiversando mis palabras, al punto de que nunca se pudiera sacar nada en limpio de ninguna discusión. Ese, que se enojaba cuando me veía usando el celular pero no asumía sus celos, que me psicopateaba y que, cuando yo actuaba de igual manera con él para que entendiera cómo me sentía, me echaba en cara estar celosa. El mismo que, cuando intentaba dejarlo, se ponía a llorar hasta altas horas de la madrugada, sin irse de casa aunque se lo pidiera y sin dejarme dormir hasta que le decía que estaba todo bien. Que, cuando le decía que no lo quería más, que no sentía más amor por él, me decía que me equivocaba, que yo sí lo quería. La vez que le dije que no quería tener sexo con él, que ya no me motivaba, me reprochó todas las cosas que él quería hacer conmigo y que yo no le había permitido en su momento (como la vez que me vendó los ojos y tuve un ataque de pánico o cuando me quiso obligar a mirar videos de porno infantil). Al principio lo quería de veras, pero a él le costaba creerme. Ultimamente, es muy difícil que sea la persona que quiere más, que está pendiente del otro y de sus necesidades.

Con el último intenté ser buena, aunque no me lo tomé en serio porque ya me estaba yendo. Le dije que sí, que iba a ser la novia mientras estuviera en Muertevideo y él estuvo de acuerdo, sabiendo que no iba a estar mucho tiempo más en la vuelta. 
Me gustaba que se quedara los domingos y me abrazara, aunque después me dejara la casa hecha un lío. Me gustaba, también, que me llevara paquetes de puré y polenta robados a los padres. Hasta que un día no quise abrazarlo ni besarlo ni contarle si me había garchado a alguien o no (en realidad no había garchado con nadie, pero no tenía ganas de contestarle), aún cuando él mismo me había. Rompió cosas, no me quería dejar salir, me sacó del taxi al que intenté subirme, me arrinconó contra un muro, me insultó, zamarreó y se me abalanzó. Lo acuchillé. No quise matarlo, aunque sé que pude haberlo hecho... sacarle un ojo, abrirle una arteria, cortarle el cuello. Es más difícil zafar de las consecuencias cuando hay un muerto.

Y aún después de superar todo esto, de estar tan seguro de no haber hecho nada malo y contar con apoyo de varias amistades, siempre me queda el remordimiento de haber dejado que pasara. Resuenan más fuerte en mi cabeza palabras como "-¿De dónde lo sacaste?, -¿Qué hacías con un tipo así?, -Siempre con locos vos". Odio tener que relatar los hechos desde un lugar de víctima; no me considero tan inocente como para eso, pero tampoco quiero ser el lugar de descargo que permita a otros sentirse superiores moralmente. No me sirve nada. Ni la condescendencia amable de quienes se ponen falsamente de mi lado por correctitud política, ni la crueldad de quien cree que nunca le va a pasar una cosa así.
Puedo soportar que me digan cosas que no me gustan, pero no por eso voy a estar siempre de acuerdo.


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