Son las 11 de la mañana y aún no quiero levantarme. Los gritos de mi madre atraviesan las paredes, las frazadas, las almohadas y mi mente.
-¡Andate!-, me grita. Y yo me visto lo más rápido que puedo y salgo, sin ir al baño ni comer (total, no hay nada que comer y aunque hubiera, no me dejan), al estridente sol del verano.
Me voy. No sé dónde ir. Nadie se levanta a las 11 y menos reciben visitas a esa hora. Deambulo de un lado a otro. No hay sombra, no hay caras amigas, no hay nada para hacer. Constantemente miro el reloj para ver cuando puedo ir a ver a alguien. El calor, la sed, el hambre sobre todo, me van mareando y haciendo caminar más lento. Solo puedo pensar en comida. En la comida que no tengo porque no tengo plata, porque mi madre no trabaja y yo no puedo trabajar por ser menor. Van más de 48hs sin comer y el vacío duele. Me siento un poco culpable por no tener plata y no saber qué hacer.
Me siento en alguna sombra. Me pongo ansiosa; me siento observada. Siento que todo el mundo sabe que no tengo nada que hacer ni lugar adonde ir. Me desespero. Siento muchísima hambre y no sé qué hacer. Miro a mi alrededor; veo el cielo sin nubes, las madres con sus niños jugando felices, bien alimentados, bien tratados. No es justo y me dan ganas de llorar, así que me voy en busca de un lugar menos concurrido. Yo siempre me estoy yendo, igual.
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