Este es el blog deprimente que escribo, jaa

(riéndome del abismo)

domingo, 1 de mayo de 2011

El Principito

Dormir en un sillón es muy incómodo y más si es un sofá individual, con posabrazos de madera.
La noche avanza y el dormitorio es área restringida; mi madre está ahí mirando tele y no quiere verme. Tampoco puedo dormir en su cama. Mi castigo consiste en no tener dónde dormir; en estar, de algún modo, prisionera entre la cocina, el baño y el comedor. En este último es donde permanezco. Hay un sillón verde (que es donde intento dormir); una biblioteca con muchísimos libros; una mesa rectangular grande de madera y 2 sillas de plástico blancas.

Voy de un lado a otro. No tengo qué comer pero de todas formas, ya no tengo hambre. Me siento culpable por haber llegado tarde a casa y tengo la cara hinchada del llanto. Los mocos me corren por la nariz y ya tengo las mangas húmedas de secármelos (como el baño está pegado a mi cuarto, no puedo ir mucho para no molestar a mi madre). Igual está bien; sé que lo merezco y casi podría decir que lo necesito.
Como no puedo dormir y no tengo nada para hacer, me pongo a buscar un libro. Saco del estante un ejemplar ilustrado de El Principito. Siete años antes, mi madre lo leyó por mí porque yo no sabía.

Cuando uno vuelve a leer un libro después de muchos años, este cambia su significado. Los recuerdos de la primer lectura se mezclan con la nueva imagen mental y es inevitable compararse uno mismo con el ser que una vez fue y yo comparaba el momento feliz en que mi madre me leía, con mi sufrimiento actual; con los golpes; la mirada llena de odio; los reproches.
Y así es como esta vez, el final del libro me pareció el mejor posible.

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