Es terrible sentir que estás matando todo lo bueno que tenés; destruyendo lo poco que conseguiste y que tanto te costó. Parece injusto, triste y no te deja dormir, así que dejás la tele prendida para evitar pensar.
Ves como tus amigos huyen del monstruo que ahora sos. Hacés como que no te das cuenta, hacés como que no importa y empastillás la angustia para que no joda, endureces las pastillas para no dormirte y escabiás... Porque te gusta decir en broma que "el alcohol es tu amigo".
Duele admitir que estás perdiendo cuando tenías mucho para ganar (¿qué importan las buenas notas y el haber podido zafar?). Estás decepcionado, angustiado, frustrado, sentís asco de vos mismo y un falso orgullo que no te deja asumir que le estás errando; que metiste la pata; que tenés un problema; que sos un idiota más creyéndote lo mejor. Así que negás todo. No es resaca; es que algo te cayó mal. Llegás en pleno día sin mirar a nadie a los ojos, para que no pregunten (y si preguntan, nunca nada pasó) y te encerrás en el cuarto a fingir que dormís. Estás perseguido con que todo el mundo se da cuenta, todo el mundo te juzga y son todos una manga de giles caretas que no saben nada, que no entienden. Sólo confiás en los que son como vos, porque el resto te va a decir esas mismas cosas que te hacen dejar la tele prendida al ir a dormir.
Mil veces intentás encarar y mil veces fallás. Mil veces que te sentiste bien un rato, pero después no diste más... No se aguanta la vida, sino.
Entonces, de repente no vale más la pena y la vida sigue y no importan los que se alejan de vos porque no tomás más.
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